“Quien de mano ajena come el pan, come a la hora que se lo dan.”
Refranero español.
El muy citado párrafo del Discurso de Angostura en el que Simón Bolívar denuncia el peligro de la reelección indefinida y la continuidad del poder, es un anticipo de psicología política venezolana, un primer análisis de psicología de la sumisión. Seguidor de la tradición liberal y de las teorías clásicas sobre el buen gobierno, El Libertador no solo alertó sobre las consecuencias de la concentración del poder y la necesidad de fragmentarlo y distribuirlo en instancias independientes, sino que señaló la temible docilidad de la población que soporta el autoritarismo. La historia venezolana del siglo XIX y su repetición a finales del siglo XX y comienzos del XXI no ha hecho más que confirmar la precisión de su intuición. Así como en 1848 la multitud aclamó a José Tadeo Monagas y sancionó el asalto al Congreso, una Asamblea que desde entonces permaneció sumisa al Presidente, convertida en indigno eco de su voz, a lo largo dos siglos la población venezolana siempre ha encontrado formas de justificar su obediencia y adhesión a los caudillos. Los gobiernos autocráticos de José Antonio Páez, José Tadeo Monagas, Antonio Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez Jiménez, Hugo Chávez, no son simples productos de la ambición de mando de individualidades aisladas sino manifestaciones perversas de pulsiones inconscientes en todos nosotros.
Si el progresivo aumento del bienestar material y los grandes logros de la civilización occidental han estado asociados a la autonomía y valor del individuo, a la delimitación de un espacio de libertades y derechos protegido del poder de los reyes y caudillos y de la ingerencia del Estado, ¿por qué la sociedad venezolana, bajo el espejismo de la igualdad y la libertad, ha propiciado la dependencia del Estado y el debilitamiento del ciudadano autónomo para convertirlo en súbdito? Hoy sabemos suficientemente que la obediencia y la sumisión son sólo una cara del poder porque sin la conformidad y el consentimiento de los subordinados el poder se derrumba. La relación entre el mando y la obediencia es recíproca. El jerarca influye sobre el subordinado quien a su vez hace posible y determina al superior. Aún el propio subordinado tiene responsabilidad en los modos de conformación que rechaza. Si no hay acatamiento, si no hay quien obedezca, no hay mando. Todas las revoluciones en Venezuela han prometido convertir el pueblo en fuente de la soberanía y el poder. La Revolución Azul, la Revolución de Abril, La Revolución Legalista, La Revolución Liberal Restauradora, la Revolución Bolivariana, sin embargo, no han hecho más que aumentar la riqueza y la fuerza del Estado, siempre personificado en los autores de turno que lo asaltan. Las masas han continuado pobres, subordinadas, marginadas. Su empoderamiento ha sido retórico, hueco, expresión, tan sólo, de un sentimiento de inclusión, de una participación simbólica expresamente propiciada para la manipulación afectiva. Esto nos lleva a la pregunta básica de la ciencia política, ¿en qué consiste el poder de unos sobre otros? ¿cuáles son los mecanismos íntimos por los que los gobernantes obtienen la aprobación y conformidad de la gente y dominan a los pueblos? ¿Por qué las masas elevan con tanta frecuencia a la cumbre a personas cuyas políticas van en contra de los intereses y el beneficio de la misma población? ¿Cuáles son los determinantes de la sumisión? No podemos decir, tan sólo, que es el producto de la ingenuidad o un resultado involuntario. Como apunta Errol Harris, el poder político “nunca puede ser ejercido sin la aquiescencia de la gente –sin la cooperación directa de un gran número de personas y la cooperación indirecta de la comunidad entera.” Los autócratas sólo prosperan donde la complicidad de muchas personas suministra la energía que los mantiene en el poder. Al igual que el sado-masoquismo en el que la víctima y victimario mantienen una relación simbiótica, un vínculo que les genera tanto sufrimiento como placer, aún la sujeción coercitiva tiene elementos de cooperación voluntaria y es parte de un estado de esclavitud mental.
La conformidad y sumisión política en la Venezuela actual es un fenómeno complejo con muy diversas caras y formas de expresión. Puede ser consciente o inconsciente, voluntaria o involuntaria, pero por lo general muestra todos sus rostros a la vez. Así como el respeto y la obediencia son indispensables para el funcionamiento de cualquier conglomerado social, la independencia interior es imprescindible para ponerle fin a los efectos patológicos de la conducta de sometimiento. Por ello, la educación y el desarrollo social tienen que hacer posible la desobediencia, la capacidad de negar y oponerse a los intereses colectivos y a los mecanismos de conformidad. El imperativo de obedecer por presión, por miedo, por veneración, por interés, destruye elementos básicos de la estima personal con consecuencias desastrosos para la sociedad. Conviene, entonces, dar una mirada al problema de la sumisión desde diferentes ángulos y facetas.
I.- Sometimiento involuntario.
El sometimiento involuntario, obligado, impuesto, es producto del poder coercitivo, aquel que obtiene la obediencia y moldea la conducta por medio de amenazas y sanciones. A diferencia de los métodos clásicos de violencia y control de las dictaduras, la nueva forma de autoritarismo que hoy impera en Venezuela se caracteriza por un tipo de agresión generalizado y un amplio cerco legal. No tiene los rasgos primitivos y rudos de la Seguridad Nacional con la que Marcos Pérez Jiménez hacía temblar a la población en los años cincuenta del siglo XX. Sin embargo, nunca antes una sociedad ha sido tan agredida y ofendida por un gobierno como lo ha sido la sociedad venezolana desde el año 1998. Una avalancha de amenazas constantes, un acoso continuo, una agresión e insultos permanentes, una combatividad sin tregua que no ha dejado un solo sector en paz ni un solo minuto de tranquilidad y solaz. El método de la agresión es una herramienta de control social, la técnica de dominio predilecta de los regímenes totalitarios. Su fundamento psicológico es el miedo. Procura atemorizar a la población para someterla y obtener su obediencia. El conflicto y la violencia continuos no sólo desarman las defensas normales de los individuos sino que destruyen las bases de la solidaridad social. Buscan llenar el corazón de la gente con terror para bajar su autoestima y lograr su sumisión. Pero la violencia no tiene que ser solamente política. Toda agresión es buena. Por eso está en la lógica de la revolución el crecimiento anómalo del crimen y la delincuencia común por encima de todos los índices de homicidios de los países latinoamericanos o naciones con pobreza y problemáticas sociales similares. Cada ciudadano aterrado sólo aspira a sobrevivir. Nada más. Adicionalmente, la violencia verbal del Presidente de la República logra generar una identificación inconsciente que permite descargar la tensión y la agresión que produce la inseguridad y la frustración. Todo responde a una misma estrategia de dominación. Es un proyecto que busca fracturar la sociedad, atomizarla, para que no existan otros instrumentos intermedios, institución, grupo, empresa, partido, ni ningún tipo asociación que pueda acumular suficiente poder para enfrentar o limitar al hegemón. Consiste en hacer de cada persona un ser temeroso, indefenso, aislado.
Por otra parte, el Estado ha cercado a la sociedad venezolana con una excesiva e intrincada trama de leyes y decretos. Todo le está permitido al Estado, nada al individuo. El fin es hacer de todo ciudadano un delincuente en potencia que solo se convierte realmente en tal cuando se torna políticamente incómodo. Mientras las personas se mantengan fieles al régimen o permanezcan, por lo menos, silenciosas, neutrales o apáticas, ninguna ley le será aplicada. Pero basta que una persona se oponga al gobierno para que aparezcan las pruebas del delito. Todo el aparato jurídico y legal de la nación se ha convertido en una fachada para cubrir la política de represión. Los representantes de los poderes públicos son ejecutores y verdugos de una justicia sectaria.
II.- Sometimiento en zonas de indiferencia o el hábito de obedecer.
La frase del Discurso de Angostura a la que hicimos mención al principio de este ensayo señala específicamente este tipo de sumisión: cuando un gobernante está demasiado tiempo en el poder, la gente se acostumbra a obedecer. Por eso, la principal meta de todo político autoritario es, simplemente, permanecer, lograr pasar las tempestades aunque el país se deteriore o muestre las secuelas de su ineficiente gestión. La razón del hábito tiene una base temperamental. No todo individuo está cargado de una insaciable sed de poder. El individuo normal puede interesarse por dominar a otros en determinados momentos y circunstancias pero también tiene otros intereses y pasiones, no soporta estar eternamente en batalla, en lucha por el control. Con el tiempo, la competencia sin descanso lo agota, lo debilita, por lo que cede la primacía a quien más la cultiva como obsesión. Se hace, entonces, habitual para él que otros lo dominen. Existen también, según señaló Chester Barnard desde la teoría organizacional, zonas de indiferencia dentro de las cuales las personas aceptan automáticamente y sin cuestionar el mando y la autoridad de otros. Los individuos ven tan normales y obligantes las relaciones de poder que por lo general se comportan de la manera socialmente esperada sin tomar en cuenta sus propios juicios sobre los que es justo o correcto.
III. Sometimiento pragmático.
El sometimiento pragmático responde al egoísmo, al provecho e interés propio. Las personas aceptan la sujeción y se someten a la voluntad del caudillo a cambio de un beneficio personal, de dinero, riquezas, estatus o seguridad. Convertidos en eunucos políticos, los individuos sacrifican sus valores por la ganancia y la utilidad material. En los dueños de los medios de comunicación social se expresa en forma de autocensura previa. En el empleado público se convierte en silencio complaciente. La sumisión utilitarista, sin embargo, no siempre es consciente ni necesariamente cínica. Las necesidades de supervivencia nos hacen cambiar nuestras valoraciones políticas. Las personas tienden de manera natural a ver con buenos ojos todo aquello que es fuente de gratificación y placer. La ganancia nos convence internamente de la bondad y crédito moral de las ideologías, de la autoridad y legitimidad de las revoluciones y mandatarios. La psicología profunda ha estudiado con detalle el proceso de identificación con el agresor, un extraño mecanismo por el cual los oprimidos, al igual que en el Síndrome Estocolomo, terminan actuando y sintiendo como los opresores. Similar es el mecanismo de la conversión sectaria: para lograr la coherencia entre el pensamiento, los valores y el comportamiento, los individuos justifican los favores y ganancias desplegando un fanatismo político más crudo que el de los esbirros originales del régimen.
El sometimiento cínico tiene consecuencias en la economía del honor y la organización de la personalidad. La vergüenza mina la autoestima de quien sacrifica su integridad ante la majestad del monarca, vergüenza que es manipulada por el poderoso quien, paradójicamente, desprecia profundamente a todo aquel que se doblega y humilla ante él. La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, es una excelente obra para estudiar las contradicciones internas de la honra en los regímenes autoritarios. El diputado Agustín Cabral es una de las principales piezas del régimen del dictador Rafael Leonidas Trujillo, sostén intelectual y legal de la vanidad, el afán de poder y los desmanes del tirano. Ante el temor de perder el favor del jefe y ver desaparecer sus prebendas, el ministro accede a entregar a su hija Urania para que sea desflorada por el decrépito autócrata. Lo más impactante de La fiesta del Chivo no es el envilecimiento de un funcionario individual, siempre los hay, sino el nivel de degradación al que llegó gran parte de una sociedad latinoamericana, la claudicación de principios y la bajeza en que cayeron muchos con tal de mantener sus posiciones. Como en los tiempos en que Pío Gil escribió Los Felicitadores, Venezuela descuella hoy por el pestilente servilismo en que han caído todos los poderes públicos.
IV.- Sometimiento picaresco.
La máxima de tiempos coloniales, “se acata, pero no se cumple”, describe sucintamente una de las más escondidas formas de sumisión atada, paradójicamente, al personalismo anárquico que consume nuestro capital social. De entrada, pareciera que el individuo altanero y díscolo, el vivo, el alzado que hace lo que le da la gana, es el polo opuesto del hombre dócil y manejable. No es así. El pícaro no se rebela, no se opone a la fuerza ni a la arbitrariedad. No se enfrenta al poder, no lo confronta. Se adapta sin seguirlo. Acepta en la superficie los dictámenes de la autoridad y pasa, por lo general, agachado. A pesar de su anarquismo y despreocupación, acepta tácitamente las reglas del juego de poder. Contrario al héroe que busca cambiar el mundo con base en un patrón ideal, el pícaro es indiferente a los valores. Se somete sin vergüenza al mando del más fuerte al que luego burla con su astucia. No tiene sentido trágico del destino personal o colectivo y disuelve sus propias contradicciones en el chiste y el humor. Manifiesta una falsa obediencia a la vez que obvia la ley, pero al saltar la norma, en lugar de transformarla, se convierte en un factor conservador que mantiene el estatus quo y el orden opresor.
V.- Sometimiento fatalista.
El síndrome fatalista del latinoamericano y del venezolano en particular ha sido descrito profusamente como una actitud colectiva de desprecio propio, de baja autoestima que desemboca inevitablemente en perniciosas formas de dependencia. Está asociado al locus externo de control, la creencia por la cual las personas atribuyen la responsabilidad de la acción a otros e imputan los cambios a agentes externos como el destino, la fortuna o el Estado en lugar de verse a si mismas como determinantes de la propia condición y realidad. Tras una larga historia de pobreza, injusticia y falta de equidad, en condiciones de supervivencia precaria, el pueblo venezolano es portador de una herida profunda que distorsiona el sentido de si y la formación de una adecuada identidad. En el exterior se identifica con un glorioso pasado heroico pero en el interior cultiva inseguridades y carencias. El fatalismo está muy cerca de la indefensión aprendida. Como los sujetos experimentales de Seligman (originalmente perros) que, sometidos a una descarga eléctrica continua de la que no podían escapar, caían en la desesperanza, se tumbaban y comenzaban a gemir (en lugar de forcejear y tratar de salir de cerco eléctrico como sí lo hacían los animales que no habían sido sometidos previamente a las descargas), la penuria prolongada nos ha hecho adaptables, sumisos, indefensos. La indefensión aprendida produce un déficit motivacional y promueve la creencia de que todas nuestras acciones son ineficaces por lo que no tiene sentido tratar de cambiar o tomar el control. No solo la pobreza y la carencia han creado seres frágiles, desconfiados e inseguros, sino que las ideologías políticas dominantes, sobre todo la oferta populista, han generado un culto a la debilidad y han propiciado seres colectivos cargados de resentimiento, personalidades dependientes de los jefes, del Estado, de la caridad. A pesar de su éxito político y aparente espíritu compasivo, el reparto clientelar de la renta petrolera nos ha acostumbrado a pedir limosna a un ente abstracto y superior para conseguir el pan. Y, como ha demostrado Marcel Mauss, recibir un don que no podemos retribuir ni devolver produce subjetivamente un sentimiento íntimo de inferioridad y derrota.
VI.- Sometimiento por intermediación simbólica.
Más que simples conductores o depositarios circunstanciales de ideales conscientes, los líderes carismáticos son expresiones de los conflictos emocionales de los pueblos buscando respuesta a sus principales angustias. Los cabecillas son símbolos y personificaciones de las necesidades inconscientes de sus seguidores, de los desequilibrios, tensiones, pulsiones y anhelos latentes que no encuentran salida hasta que aparece el individuo que es capaz de representar los conflictos de muchos de manera general. El conductor de hombres es, de alguna manera, el portador de la individualidad de la masa. Pero esto nos amarra inconscientemente al lider. Incapaces de vivir y desarrollar todo el potencial de nuestra propia individualidad, lo hacemos a través del gran hombre. Es la necesidad de construir vicariamente un Yo poderoso a través de la personalidad política descollante. Como señalamos más arriba, la sociedad venezolana ha sido tremendamente maltratada. Cualquier ciudadano común se siente débil e inseguro ante la autoridad que no está allí para ayudarlo sino para amedrentarlo. Los seres humanos, sin embargo, no soportan sentirse siempre amenazados y construyen, por tanto, una imagen grandiosa de un jefe ideal para sentirse protegidos. Al identificarse inconscientemente con el caudillo, la persona se proyecta bajo la aureola de un ser superior que lo apoya y cuida. Al compensar sus sentimientos de minusvalía se hace dependiente de quien simbólicamente lo defiende. A diferencia de los beneficios reales de una gestión de gobierno que pueden ser medidos y contados, la ganancia simbólica (dar salida al resentimiento, sentirse nombrado, incluido) es mucho más difusa y trabaja a nivel inconsciente creando relaciones simbióticas. Es un cordón umbilical con el doctor de la secta política.
VII.- Sometimiento por falsa obligación moral.
El principal argumento de la autoridad para exigir la obediencia de la población es decir que ella actúa por el interés general y la voluntad colectiva. Como indica Gene Sharp, “la creencia en que la coacción del gobierno es para el bien común es siempre un elemento de la obediencia política… Sin esta creencia, nadie reconocería ningún llamamiento a la obediencia común de los sujetos.” La distinción entre lo público y lo privado es una diferenciación fundamental en la vida de los seres humanos. Lo asuntos que interesan a la comunidad en su conjunto definen el dominio de lo público mientras que lo que interesa o afecta a los individuos o a grupos particulares es el ámbito de lo privado. La gran equivocación es pensar, como lo hizo Hegel en sus Fundamentos del Derecho, que el Estado es, por definición, la esfera donde se expresan los intereses generales o universales. Tenemos que desmontar el mito de que el Estado es el representante por excelencia de lo público. Infinitas asociaciones privadas, las asociaciones caritativas, las religiosas, las agrupaciones de la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales (ONG), las empresas de servicio, las fundaciones, tienen funciones de interés público que ejercen, por lo general, de manera mucho más eficiente que el Estado.
Las actuaciones e intervenciones del Estado no son el resultado ideal del comportamiento de individuos puros y desinteresados, de seres angelicales guiados exclusivamente por un espíritu de sacrificio y de servicio público, sino el producto de las acciones de seres humanos reales movidos por intereses y grupos de presión. Los políticos y funcionarios de gobierno buscan maximizar su poder e influencia. Existe, por tanto, un mercado político que no solo es el que más se aleja de la competencia perfecta, sino que particularmente se caracteriza por las asimetrías, los desequilibrios y la asignación ineficiente de los recursos. La falsa creencia de que hay unos seres políticos que representan la voluntad o el interés general mientras que otros seres humanos no lo hacen, es uno de los asideros morales de la sumisión.
VIII.- Sometimiento por invasión psicológica.
El totalitarismo no es, solamente, una forma de gobierno o una manera de ejercer el poder. Es, antes que todo, un dominio sobre la mente, una presencia continua, una invasión de la interioridad de la personas para ocupar todo su espacio psicológico. Surge al magnificar una figura que toma prelación sobre todo el resto, al relegar a segundo plano las otras personas y temas. De allí el culto a la personalidad y el rol protagónico que siempre exige el caudillo totalitario, la necesidad de ser constantemente el centro, de dictar las pautas de las noticias, de penetrar todos los medios de comunicación, de captar la atención de la gente. No importa que la intrusión produzca rechazo o crítica adversa. Lo fundamental es estar siempre presente, penetrar todos los resquicios de la mente, no darle oportunidad al olvido. Cuando la invasión es total y el gobernante interviene hasta en los más mínimos detalles de nuestra vida privada, en la educación de nuestros hijos, en nuestros horarios, el sometimiento se produce de manera automática. Toda nuestra energía psíquica queda concentrada en su figura y perdemos la fuerza mental necesaria para la rebelión y cualquier otra acción.
IX.- Sometimiento económico.
La limitación de las libertades económicas y la expropiación de los bienes de los particulares para supuestamente satisfacer las necesidades del pueblo e impulsar una economía con rostro humano es una de las formas más engañosas de sometimiento de los individuos. Si atendemos a la evolución de los derechos de propiedad en la civilización occidental y el impacto que los diferentes tipos de propiedad han tenido en el desarrollo de la humanidad, vemos que la propiedad privada es la que más ha propiciado la producción de riqueza, la consolidación de otros derechos humanos y el bienestar de los pueblos. Cuando a partir del Renacimiento, el ser occidental se enfocó en el fortalecimiento de la propiedad privada, no lo hizo como defensa de un deseo egoísta personal (la codicia ha existido siempre y en todos lados) sino como construcción de un ámbito social necesario para superar el ordenamiento de sumisión despótico de los reyes. El control de las relaciones mercantiles bajo el régimen jerárquico del Estado y la restricción de la propiedad privada implican la castración y desaparición del ciudadano. Lo privado delimita un espacio que no está sujeto al dominio de otra voluntad, un pedazo de soberanía al margen del imperio y sed de poder de los reyes, caudillos y jerarcas. La dependencia económica del Estado no solo conduce a la pobreza sino que consume y destruye al individuo autónomo.
Los ataques a la propiedad privada en Venezuela no responden a un sentimiento humanitario sino a una estrategia de dominación. La propuesta socialista es, precisamente, la producción y circulación de un discurso oculto de vasallaje y poder. Trata de hacer pasar como antídoto el mal que impidió durante siglos la independencia de la población. Así como la manipulación y subordinación económica es uno de los instrumentos con que el padre devorador mantiene bajo control a sus hijos, comer de la mano del Estado nos obliga a bailar al son de los desvaríos de quienes lo representan. El primer paso para ser libres es que cada cual pueda sustentarse a si mismo. Conviene que en toda sociedad coexistan diversas formas de propiedad pero lo que hoy está planteado en Venezuela no es verdaderamente un asociacionismo, un cooperativismo u otros tipos de producción colectiva sino, simple y llanamente, la apropiación y control del Estado de todos los medios de producción. Y, como sabemos, el régimen de propiedad determina la forma de dominación. Los modos de conformación y sumisión política se han vuelto, hoy, mucho más sutiles y complejos. La libertad dejó de ser hace mucho tiempo una lucha abierta entre patriotas y realistas. Para convocar nuevamente el espíritu independentista de nuestro himno nacional (¡Gloria al Bravo Pueblo que el yugo lanzó!) tendremos que desarrollar mucha más perspicacia psicológica, tendremos que aprender a ver el trasfondo de los discursos amorosos y de las constituciones y promesas deslumbrantes.
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