Para promover el Tomo I de la Obra Reunida de Rafael López-Pedraza que hoy presentamos, solicité a los miembros de la Sociedad Venezolana de Analistas Junguianos un artículo sobre la psicología de este gran psicoterapeuta latinoamericano. Todos los escritos que recibí abundan en anécdotas e historias personales, en la relación de cada uno de los analistas con López-Pedraza, en el impacto que les causó, los cometarios sorpresivos, las conversaciones aderezadas con comidas y copas de vino, las enseñanzas que dejó en ellos. El respiro dionisíaco, el encanto del psicoterapeuta, maestro y amigo, encuadran toda mención de su obra. Y es que su escuela de psicología fue, a todas vistas, su vida. Rafael López fue, sin duda, un hombre original, un individuo ducho en los intercambios reflexivos, en el comercio psicológico, en los encuentros emotivos, con duende, una persona siempre lista para darle la vuelta a cualquier suceso o encuentro personal y convertirlo en evento psíquico.
Yo también me he pasado la vida contando anécdotas de López-Pedraza. En el prólogo de esta edición relato una historia que sirve para darnos el contorno de la personalidad de nuestro autor. Un día, me contó Adolf Gugenbühl-Craig, Hillman, Guggenbühl y López, decidieron impulsar la visión de la psicología junguiana que estaban desarrollando y conversaron sobre las actividades que debían llevar a cabo para hacerse más presentes en los círculos de la psicología analítica. Hillman se ofreció a ocuparse de los estudios y de las actividades editoriales, a expandir la editorial Spring, a publicar una revista especializada en psicología de los arquetipos, a promover cursos y encuentros. Guggenbühl se comprometió a ocuparse de lo político, a entrar en la directiva del C. G. Jung Institut, en la Asociación Internacional de Psicología Analítica. Cuando le llegó el turno a Rafael López, este se quedó callado, no dijo nada. Le preguntaron, entonces: «¿Y tú qué vas a hacer?». Balanceándose y reclinándose levemente hacia atrás, masajeándose la barriga, López respondió: «Nada. Yo me voy a encargar de la inercia». Era obvio que, si varios de los presentes tomaban el camino de la acción y se mantenían activos, en movimiento, realizando tareas concretas, alguien tenía que ocuparse de mantener el cuerpo en reposo.
Muchos otros psicólogos y pacientes que trabajaron con López tienen, también, multitud de anécdotas que dan cuenta del personaje. Podríamos pasar días contándolas con humor y admiración. Como miembro del comité editorial de la Obra reunida, quiero, sin embargo, centrarme en señalar la importancia del proyecto editorial que hemos comenzado y la vigencia de la obra de López- Pedraza más allá del personaje. Rafael junto con James Hillman fueron los fundadores la Psicología Arquetipal, una forma de ver novedosa y rompedora que hizo de la imagen la vía regia hacia el inconsciente. Entre el self de C.G. Jung, una instancia reguladora cuya función predeterminada era inducir la armonía y la totalidad, y el cuerpo psíquico de Rafael López-Pedraza, referido a la simetría y los balances psicosomáticos, hay una gran distancia. Entre las interpretaciones de cuentos de hadas de Marie Louis Von Franz y el stick to the image (cíñete a la imagen) de los arquetipalistas, hubo un largo recorrido. Sabemos que la Psicología Arquetipal fue un tour de force sorpresivo, inspirador, en la Psicología Analítica en los años 70 del pasado siglo XX, pero creemos, además, que su forma de ver tiene mucho que aportar en el siglo XXI. La vigencia de una obra se muestra cuando los tópicos que abarca mantienen su vigor y su perspectiva continúa siendo válida. El titanismo, la ansiedad cultural, el sectarismo, tienen una actualidad asombrosa. Quiero, no obstante, ejemplificar la vigencia de la obra de López-Pedraza tomando dos temas comunes que aparecen recurrentemente en los medios de comunicación social y en las redes sociales de la actualidad.
El primero es el tema de la diversidad sexual y la ideología de género. El problema contemporáneo de la identidad sexual, la transexualidad o el transgenerismo, son tópicos obsesivos que ocupan la prensa y la mente de individuos, colectivos y partidos políticos. En España hay un ministerio llamado de la igualdad que es, en realidad, un ministerio de la sexualidad. López-Pedraza, en su época, también abordó la homosexualidad, el lesbianismo, la bisexualidad, el priapismo o la sexualidad polimórfica, pero en lugar de petrificar las experiencias en hechos literales y concretos, fue capaz de trabajarlas como imágenes para el movimiento psíquico. “Nuestra sexualidad marca, como piedras miliares, los caminos que transitamos en la vida”, un cuerpo imaginativo que participa en el comercio psicológico del alma como señalizaciones que marcan las distancias en las vías de cada quien. La relación homosexual de Zeus con Ganímedes es distinta de su seducción y violación de Leda, la esposa del rey de Esparta. El vínculo homosexual de Apolo con Admeto es totalmente distinto de su pasión por Dafne, a quien amó eternamente en forma de laurel. Pero los dioses no se andaban con la retórica de la identidad.
En el libro Hermes y sus hijos, López trabaja extensamente la imagen de Hermafrodito, el hijo de Hermes y Afrodita fusionado con la Náyade Salmacis, en medio de las límpidas aguas de una fuente. En lugar de convertir a Hermafrodito en un trauma político o en un problema de operación médica envuelto en dolor y resentimiento, López lo despliega como posibilidad para el desarrollo individual. “Como criatura bisexual, Hermafrodito, con esa naturaleza borderline hermética en la que sexualidad y fantasía confluyen, es un movilizador psíquico que alienta permanentemente la relación transferencial hacia nuestros complejos y nuestra patología.” La transexualidad, la intersexualidad, la sexualidad polimórfica, pierden su dimensión arquetipal cuando tratamos de acoplarlas a una identidad. “Se trata de una conciencia que nos mantiene en nuestro hermético discurrir por los caminos de la vida y que nada tiene que ver con la conciencia del “yo”, que se atribuye a la identidad personal o la voluntad y cuya función es ajustarnos a un vivir “exterior”. La conciencia hermafrodítica no le pertenece al “yo”.”
El segundo tema que quiero destacar es la vigencia de la psicología de la lentitud, nombre que podríamos darle a la psicología de López-Pedraza. En los últimos meses ha circulado mucho por las redes, distintas charlas y citas sobre el libro la Sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han, uno de los filósofos más influyentes en el momento, o por lo menos, el autor de ensayos filosóficos más vendidos. Byung-Chul Han denuncia la aceleración y el ritmo frenético de la sociedad actual dominada por el capitalismo neoliberal, en la que “vivimos con la angustia de no hacer todo lo que podríamos hacer y encima nos culpamos a
nosotros mismos de nuestra incapacidad” de ser productivos. Se trata de una aceleración autoimpuesta que nos lleva al agotamiento.
Cincuenta años atrás, despojado de estereotipos políticos y económicos, López-Pedraza indicaba que “el hombre occidental está parcializado en favor de la actividad y el esfuerzo; parcialización que ciega cualquier vigencia de la muerte y de la depresión como realidades arquetipales, como partes de su naturaleza.” Más que a un sistema de producción, López ligaba la aceleración a una disposición mental, a la psicología del puer aeternus, un arquetipo caracterizado por la velocidad y la liviandad, por vivir en el aire, sin tierra, en el mundo de la posibilidad. Para compensar la dominancia del puer “necesitamos”, dirá López, “un estado de ánimo que nos proporcione un mínimo de depresión, y de su imaginería, tan escasa hoy en día. Sin depresión no podemos existir; es un componente esencial de la vida.” Depresión y muerte, son dos palabras que convocan el miedo, que causan pánico en tiempos de Covid. Los Memento mori, esas piezas de arte cotidiano y utensilios como anillos, prendedores, broches o empuñaduras, con imágenes de la muerte para recordarnos la vida perecedera, no son estampas contemplativas en la sociedad del cansancio.
La psicología de López retoma uno de los métodos de curación más antiguos de la humanidad, la incubación, practicada en el templo de Asclepio, en Epidaurus, recinto del dios de la medicina y protector de la salud en la antigua Grecia. Los fieles penetraban en el abatón del santuario, dormían y descansaban en el área sagrada hasta que el dios se les apareciera en un sueño. La incubación, como método, es una práctica utilizada desde los más remotos tiempos sumerios. Implica un movimiento lento, un proceso de introversión. Y la lentitud, la espera, la introversión no son, particularmente, rasgos de nuestro tiempo. Las redes sociales, la economía del instante, la movilidad, la posibilidad de saber todo lo que pasa en el mundo al unísono, han introducido velocidades inusitadas, tiempos sin tempo, difíciles de digerir por el cuerpo psíquico. Hoy, más que ayer, toma vigencia la aproximación de Rafael López-Pedraza, su visión de la psicoterapia como un proceso de incubación, de desaceleración, un giro regresivo en el que la depresión tiene que entrar y ser respetada como eje del proceso de individuación.
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