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El Amazonas de Salgado, por Axel Capriles M.

La selva amazónica fue parte importante de mi vida durante más de 15 años. A principios de los años noventa fundé Expediciones Guaharibo, una empresa para el turismo de aventura en el Alto Orinoco. El caño Casiquiare, el río Siapa, el Ocamo y el Padamo eran mis ríos, mi territorio. El emprendimiento no fue, obviamente, económicamente rentable. El principal cliente fui yo mismo. Recuerdo muchas vacaciones con mi familia, mi esposa y mis hijos pequeños extraviados entre lianas, aprendiendo a remar en curiara. En esa época había pocas personas interesadas en dormir a cielo abierto, en hamacas guindadas sobre estacas clavadas directamente en las playas móviles recién creadas por los majestuosos ríos, pocos turistas disfrutaban de la incomodidad y de los mosquitos. Yo, sin embargo, gocé al máximo esos años, aquellas largas travesías en el bongo recubierto de palmeras, las monótonas navegaciones con el envolvente ronquido del motor fuera de borda, el interminable horizonte de una inmensa masa verde que se desbordaba sobre el agua, las prolongadas horas de lectura de los relatos de viajeros europeos del siglo XIX y principios del XX al Amazonas: Humboldt, Chaffanjon, Wickham, Stradelli, Koch-Grünberg.



Tal vez sea por ello que me conmovió tanto la gran exposición del fotógrafo brasileño Sebastiäo Salgado, Amazonia, en la Plaza de Colón de Madrid. Me llevó de nuevo a la tierra que perdí. Me recordó los tiempos en los que la novela Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier, me emocionaba como una reveladora descripción de la creatividad potencial escondida en el Nuevo Mundo. La exposición comisariada magistralmente por Lélia Wanick Salgado se compone de más de 200 fotografías en blanco y negro acompañadas de la música escrita expresamente por el compositor francés Jean-Michel Jarre con sonidos reales grabados en la selva. Las fotos de la naturaleza me impresionaron mucho más que los retratos de indígenas. Imágenes indescriptibles, mágicas, exuberantes, majestuosas. Las fotos de la lluvia, las gruesas gotas explotando contra los ríos, los negros cúmulos abriéndose repentinamente sobre una geografía infinita, la canopia amazónica. La exposición es un llamado ecológico sobre la fragilidad de la selva amazónica y la tierra en su conjunto, sobre la importancia de participar en la resolución de un problema en el que todos estamos involucrados.

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