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Goces y desventuras de la informalidad.

Actualizado: 30 may 2022

Nada mejor para entender una ciudad que sentir su ausencia. No es asunto de nostalgia. Cada localidad establece con sus habitantes un pacto secreto. La separación y la distancia obligan a revisar las condiciones contractuales de ese pacto, a leer la letra chiquita, que, como en las pólizas de seguro, sólo revela la verdad cuando el evento nos atrapa. La organización del espacio, la forma de las edificaciones, la vialidad, la distribución de los parques, no son hechos objetivos de una realidad urbana. Son, principalmente, referentes simbólicos, señalizaciones subjetivas de un mapa mental que orienta al individuo y lo conecta emocionalmente con la trama misteriosa de la ciudad. Las fronteras entre la res pública y el dominio privado, la perspectiva volumétrica de las construcciones, la calidad o precariedad de los servicios, el ritmo y el movimiento del organismo ciudadano, son, todos, componentes de un código cifrado que permite leer el argumento interior de los habitantes de la ciudad, sentir su aliento provinciano. Ese código, sin embargo, se hace más inteligible a medida que nos alejamos, cuando el cambio de señales en el mapa subjetivo rompe inevitablemente el enganche inconsciente entre el individuo y su geografía. En mi caso, la presencia imaginaria de Caracas, el plano subjetivo construido con los fragmentos de memoria urbana que resalta la distancia, me sirvieron para reivindicar la informalidad y el caos, no sólo como desarrollos ingeniosos y formas espontáneas de organización para la supervivencia cotidiana sino como recursos para devolverle a la ciudad su condición como lugar de sociabilidad y encuentro.


Goces y desventuras de la informalidad  por Áxel Capriles
Goces y desventuras de la informalidad por Áxel Capriles


A diferencia de los habitantes de muchas otras capitales del hemisferio norte, el caraqueño se nutre en el desorden y en la actualidad del riesgo. Impregnado de un realismo en el que el presente es todo, demarca su espacio físico al ritmo de los acontecimientos espontáneos que revelan la oportunidad del momento. En lugar de una paz asentada sobre un principio ordenador, preferimos la emoción y el asombro cotidiano, la sensación de indeterminación y libertad que surge de la precariedad y el caos. Si me viera obligado a mencionar una sola emoción para denotar mi experiencia subjetiva de Caracas, ella sería, muy probablemente, la sorpresa. Sorpresa en el sentido más amplio del término, desde la conmoción ante lo inesperado, lo imprevisto o lo absurdo, hasta el miedo o la fascinación por la inestabilidad y el cambio. El geni locci de Caracas alimenta un gusto peculiar por lo irregular e intermitente y sólo lo convoca lo insólito. Mientras la mímica de los barrios fija las pautas del desarrollo físico metropolitano y hasta el lenguaje de los planificadores está marcado por un fuerte deje de informalidad, en el alma colectiva de los ciudadanos domina un hosco rechazo a las normas y la aversión a ser sometido a leyes


Así como los barrios más populosos de nuestra ciudad han crecido al margen de las ordenanzas municipales y de las regulaciones urbanísticas, la mayor parte de su población trabaja fuera del sector formal. Muchos estudios sobre economía informal apuntan a modos de producción e intercambio que surgen espontáneamente al margen del excesivo intervencionismo y control del Estado. La agilidad del ser humano frente a las imposiciones coaguladas de las jerarquías; el libre desempeño de los individuos. La informalidad, sin embargo, dista mucho de ser una simple actividad ilegal, un problema de planificación urbana o un tipo de economía. Es, sobre todo, una psicología. Es un vivir liminal, una forma de estar en las fronteras de la existencia, una valoración de los actos que escapan de las formalidades, el aprecio de los eventos que ocurren al margen de los marcos fijos que constriñen la vida. Si los sistemas formales son, en esencia, un conjunto de pautas explícitas para regular la vida social y prever su desarrollo, la informalidad es un sistema de nivelaciones que permite la introducción del caos en orden, una actitud adaptativa que acepta la imprevisión, la sorpresa y el azar, como componentes inevitables e importantes de la vida.


Seguir esta línea de argumentación podría acercarnos demasiado a la visión populista o a la interpretación ingenua que idealiza la informalidad. Nada más lejano de ello. Conocemos y sufrimos los insalvables problemas que concurren en el crecimiento improvisado e inarticulado de las poblaciones: marginalidad, pobreza, niveles infrahumanos de supervivencia, criminalidad y violencia, insalubridad, deterioro ambiental, exclusión de millones de seres humanos sin posibilidad de aspirar a una vida que garantice un mínimo de dignidad y bienestar. Caracas se ha vuelto una ciudad inhóspita, agobiante, peligrosa. Atrapada en la desorganización y la anarquía, cargada de irascibilidad y agresión, incapaz de ofrecer espacios públicos que propicien la sociabilidad civilizada, se ha convertido en un campamento provisional atravesado presurosamente por ciudadanos repletos de miedo que buscan ansiosamente protección en sus refugios privados. Sin embargo, así como no podemos negar la tragedia humana que a diario incuban los barrios, tampoco podemos ignorar el poder de la fuerza colectiva que los crea. Por el contrario, necesitamos aprender de ellos, descifrar sus mensajes. El crecimiento autónomo de la ciudad en la frontera de ordenanzas y regulaciones inoperantes es la respiración de un hábitat urbano que no puede ser contenido por las formas lentas de una burocracia estatal y por un formalismo legal incapaz de dar respuesta las necesidades fundamentales del género humano. El aparato legal de las naciones es más lento que la dinámica social, es demasiado perezoso para adaptarse con celeridad a los cambios y sorpresas que día a día conforman la existencia. La informalidad es un indicador de los límites del desarrollo, la cuota de desorden que necesita toda colectividad sociedad para no sentirse capturada, para no ser petrificada por la racionalidad y la centralización del poder.


Toda sociedad tiene un conjunto de propósitos, aspiraciones y objetivos considerados legítimos por los miembros de esa sociedad. Definen, por así decirlo, las metas o valores culturales. Existen también, las reglas y regulaciones que prescriben los modos legales o admitidos de alcanzar los objetivos planteados por la cultura. Cuando las contradicciones entre las metas y los caminos para llegar a ellas rayan en la disociación, surge, por lo general, la conducta desviada o anómala, pero, también, lo que hemos dado por llamar informalidad, un camino alternativo para dar respuesta a las necesidades y aspiraciones humanas que la estructura social convencional es incapaz de satisfacer. Vista desde éste ángulo, Caracas muestra el fracaso de las elites y la incapacidad de la sociedad venezolana como un todo para organizarse y responder creativamente a las necesidades y anhelos de la población. A pesar de todas las señales de alarma encendidas y del llamado continuo de arquitectos, urbanistas y organizaciones de la sociedad civil, el pueblo de Caracas asiste a la puesta en escena de su propio drama como el espectador pasivo que observa con asombro el deterioro físico y la decadencia de su ciudad. Como complemento, las acciones de las autoridades no solo han sido ineficientes y escasas para atacar los acuciantes problemas que afectan la capital sino que, a falta de interés y de visión, el desarrollo de la ciudades ha quedado a la deriva, con el agravante de que el arraigo político del populismo ha estimulado y sancionado la informalidad por encima de la legalidad.


¿Tiene solución Caracas? ¿Podemos conjurar sus demonios? El análisis detallado de las formas de vida en los barrios caraqueños da cuenta de una particular forma de atomización, un estado de desmembramiento que, paradójicamente, deviene una manera peculiar de organización social característica y específica para cada condición y lugar. Si bien esas formaciones autónomas son, por lo general, fuentes de ingobernabilidad, una gestión inteligente puede convertirlas en factores conducentes a una forma de gobierno más inclusiva y democrática que es lo que hoy entendemos por gobernanza: el arte de efectuar coordinaciones eficaces y responder de manera sensata a las necesidades sociales desde los niveles más bajos de la acción ciudadana. En la sombra de las constituciones y de los sistemas judiciales, al margen de las ordenanzas municipales y de las regulaciones de los Estados, existe un universo que busca, sin cesar, maneras de expresarse, sistemas con respuestas de emergencia para todo aquello que la lógica del poder social ha tendido a marginar. Uno de los principales aciertos del proyecto Caracas Case, del Caracas Urban Think Tank, ha sido su óptica multicultural, la observación de Caracas desde diferentes profesiones, nacionalidades y culturas. Es el cruce y superposición de esas muchas miradas lo que da la perspectiva y la distancia suficiente para poder detectar las coincidencias y patrones que revelan la lógica interna de la ciudad informal. Comprender los axiomas y postulados de esa lógica, traducirlos a la lógica formal, es un paso indispensable si queremos que las ciudades contribuyan a una vida y un mundo mejor.

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