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La peligrosa necesidad de idealizar

Actualizado: 30 may 2022

(Publicado originalmente en El Estímulo el 8 de marzo de 2019)


Más de un lustro ha pasado desde la muerte de Hugo Chávez, pero desde el poder se insiste en que el Comandante vive, como motor de que la patria sigue. Un devenir propulsado como forma de gobierno a partir de una construcción que comenzó en los años 90, el mito de Hugo Chávez. Pero su impronta se enfrenta a la realidad llena de contradicciones y consecuencias de sus modos de actuar.


La peligrosa necesidad de idealizar por Áxel Capriles
La peligrosa necesidad de idealizar por Áxel Capriles

Fue en un baño turco, envuelto en la bruma del vapor de agua y el calor, que volví a escuchar de Hugo Chávez después del sobreseimiento de su causa judicial. Tras su centelleante aterrizaje en la política nacional con el fallido golpe de Estado de 1992 y su estrellato político-social en la cárcel de San Francisco de Yare, después de su liberación ordenada por el presidente Rafael Caldera en marzo de 1994 -como parte del pacto con la izquierda recalcitrante, el MAS y el PCV, para cohesionar el “chiripero” que había llevado a Caldera de nuevo al poder-, Chávez se había diluido en el paisaje nacional como otro político más, como un opositor crítico, igual a tantos otros, que invitaba a no votar en las próximas elecciones para protestar en contra del enviciado orden establecido.

En el espacioso baño turco del Izcaragua Country Club, un exuberante y hermoso club campestre en los alrededores de Caracas, un español de mediana edad, alto y de voz acentuadamente castiza, hablaba con vehemencia de política venezolana. Con tono asertivo y concluyente le espetó a sus compañeros: “hay tres grandes hombres en la historia de la humanidad: Jesucristo, Simón Bolívar y Hugo Chávez Frías”.

Me llamó la atención la desproporción. A raíz del golpe de Estado y de su elocuente discurso televisivo de menos de un minuto, Chávez había, sin duda, alcanzado notoriedad y había llegado a encarnar el sentimiento popular. A menos de un mes del 4 de febrero de 1992 ya habían sido publicados numerosos reportajes y cronologías de la vida del Comandante, se vendían prendedores con el nombre y el rostro del jefe de paracaidistas y los niños se disfrazaban con su atuendo en las fiestas de carnaval.


Pero hacia finales de 1994 ya su presencia pública se había normalizado y, en términos de hechos concretos, hasta esa fecha, no había logrado mucho más que un frustrado golpe de Estado. Así que de allí a ser comparado con la figura central de la Cristiandad y con el genio del Libertador de medio continente americano me pareció, cuanto menos, una desproporción.

Para el momento -todo el atropellado devenir de la revolución bolivariana era todavía impensable- la frase lucía un prematuro delirio de grandiosidad. En vista de la distancia entre la imagen y la realidad, me pregunté, entonces, si la afirmación del extranjero expresaba un deliberado plan estratégico de construcción de un héroe dentro del proyecto político de la izquierda internacional o si estábamos, más bien, en medio de un proceso autónomo venezolano. En cualquier caso, caí en cuenta de que comenzábamos a navegar en aguas turbulentas y nos adentrábamos en las complejidades de la psicología de masas.


Estábamos ante la construcción psicosocial de un mito. Y, como señala el filósofo alemán Ernst Cassirer, “de todas las cosas en el mundo, el mito es el más desenfrenado e inmoderado. Excede y desafía todos los límites; es extravagante y exorbitante en su misma naturaleza y esencia”.


Hugo Chávez sintetizó, desde el inicio de su aparición pública, el hastío y rechazo colectivo a un sistema político y económico agotado y corrompido que había profundizado la desigualdad y la exclusión de grandes segmentos de la población. Encarnó las esperanzas y posibilidades de cambio, la promesa de un futuro mejor, de una vida más digna. Engrosó, con su voz, el grito de los agraviados.


Como José Tomás Boves, se convirtió en héroe del desquite y la vindicación, en líder carismático propulsado por la pasión del resentimiento. Personificó, en fin, el arquetipo del vengador. La imagen de Chávez se convirtió en forma simbólica, en instrumento por el cual los contenidos mentales de la población encontraron expresión concreta. Pronto entraron en su configuración complejidades étnicas e históricas así como elementos mítico religiosos.


Simón Bolívar, Ezequiel Zamora, Pedro Pérez Delgado –Maisanta-, todos se fundieron en Chávez, tanto el coplero Florentino de los llanos como los Orishas y los espíritus del lugar que acompañan a María Lionza, absolutamente todo lo que se sintiera venezolano, unido como un solo pueblo en la gesta heroica y magnífica de refundar una nación y concebir un nuevo mundo de justicia, dignidad, igualdad y amor.


La elaboración psicosocial de un mito ocurre con relativa frecuencia en condiciones de crisis, en fases de agotamiento de los modos de adaptación habituales, en coyunturas de transformación y cambio. Un estilo de pensamiento imaginativo emocional se apodera del aparato psíquico de forma tal que figuras del inconsciente colectivo toman cuerpo en seres concretos para dar expresión a sentidos problemas vitales. De manera habitual, es un proceso espontáneo, pero cada vez con mayor frecuencia, la formación de mitos políticos es un acto deliberado propulsado desde el poder y como forma de poder.


Como señala el historiador Germán Carrera Damas sobre el culto de Bolívar, no son solo mitos del pueblo sino mitos para el pueblo. Esta capacidad manipuladora del pensamiento mítico con fines de proyectos políticos concretos fue perfeccionada con los grandes movimientos políticos del siglo XX, el comunismo y el nazismo, y ha tomado cuerpo de arma psicológica con la penetración de los medios de comunicación y redes sociales en las últimas décadas.


Como indica Ernst Cassirer, “el mito siempre se ha descrito como el resultado de una actividad inconsciente y como un producto gratuito de la imaginación. Pero aquí encontramos el mito hecho de acuerdo a un plan. Los nuevos mitos políticos no crecen libremente; no son frutos silvestres de un exuberante imaginación. Son cosas artificiales fabricadas por artesanos muy hábiles y astutos. Esto ha sido reservado para el siglo XX, nuestra gran era técnica, el desarrollo de un nueva técnica del mito.


En adelante, los mitos pueden ser fabricados en el mismo sentido y de acuerdo con los mismos métodos que cualquier otra arma moderna, como ametralladoras o aviones. Eso es algo nuevo, y una cosa de crucial importancia. Ha cambiado toda la forma de nuestra vida social».


En medio de una existencia precaria y dolorosa, el ser humano tiene una intensa necesidad de creer en seres más grandes y poderosos que den protección, seguridad y sentido. Es la necesidad de idealizar. Así como las personalidades narcisistas requieren ser ensalzadas, la mayoría de las personas comunes precisan idealizar a otros, a líderes, celebridades, artistas, a personalidades que luzcan seguras de si mismas y poseedoras de una verdad. Es el culto al héroe descrito por Thomas Carlyle como motor de la historia.



La personalidad narcisista de Hugo Chávez suplió esa necesidad en las grandes masas marginadas de la población venezolana. Es una motivación genuina que surge de las heridas sufridas pero que, como polaridad mítico religiosa, se enfrenta a la razón, a la prueba de realidad y, sobre todo, a la integridad del símbolo. Y es en este último sentido que interesa analizar la permanencia o declive de la devoción al Comandante.


Los héroes suelen ser aislados en un mundo excelso e impoluto, negado a la realidad. Culpas y responsabilidades son asuntos de los comunes mortales. Hay momentos, sin embargo, en que los símbolos se resquebrajan y se revelan vacíos. A pesar de que el mito del héroe dentro del que se celebra el culto a Hugo Chávez sigue siendo el soporte principal de la revolución bolivariana, el poder del símbolo se encuentra hoy deslucido y lastrado por la corrupción y las grandes contradicciones y falsedades puestas al descubierto por el proyecto magno del Comandante: la revolución bolivariana.


Muchos saben y otros intuyen que la Venezuela de la decadencia de Nicolás Maduro no es una desviación del proyecto revolucionario sino su resultado necesario, su desembocadura. Y hay quienes creemos, todavía, que la prueba de la realidad marca el inicio de la consciencia.




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