Una inesperada forma de etnocentrismo domina con tapujos el mundo
contemporáneo: el anacronismo histórico de la izquierda. Todo el pensamiento
liberal del siglo XX (en su sentido amplio) estuvo orientado a trascender el
etnocentrismo, a superar la ideología, actitud o tendencia emocional que convertía
la propia cultura en el único criterio válido para interpretar y valorar los hechos y
comportamientos de los otros. La izquierda revolucionaria fue, por supuesto, una
de las primeras abanderadas en criticar el imperialismo y todo el aparejo mental
con el que los blancos occidentales se sintieron superiores a los africanos,
asiáticos y a todas las razas del mundo, prelación psicológica para su intrusiva
dominación. El relativismo y la diversidad se apoderaron, entonces, del clima
intelectual del siglo XX. Cada acto, cada suceso, cada ser humano, debía ser
juzgado y evaluado en su propio contexto y circunstancias.
El siglo XXI, por el contrario, nos ha tomado por sorpresa con una nueva
modalidad de etnocentrismo totalitario. Ya no se trata de la dominación geográfica.
Interesa el sometimiento del tiempo, el control político del pasado, la subyugación
de la historia de la humanidad. Ahora, el tiempo pretérito ha de ser juzgado con la
mirada del presente. El latiguillo de la izquierda en contra del patriarcado, la
discriminación de la mujer y el racismo, la reactivación de la leyenda negra de la
Conquista Española bajo la aparente defensa de los derechos humanos y las
libertades, han convertido el anacronismo en la nueva brújula de lo políticamente
correcto. Una corrección amoldada a la también nueva era de histrionismo y
sentimentalismo.
Cuando Juan de Castellanos escribió el poema épico más extenso del
habla castellana, Elegías de varones ilustres de Indias (¿prohibirán pronto el
nombre del poema?), lo hizo para mantener en la memoria de la humanidad las
proezas y hechos asombrosos de unos seres excepcionales del siglo XVI. Hoy,
extrañamente, esos hombres no son más que asesinos, genocidas confesos.
Cuando el presidente de los Estados Unidos Joe Biden destaca la historia
dolorosa de errores y atrocidades de los europeos sobre las comunidades
indígenas o el Papa Francisco entra en juego con Andrés Manuel López Obrador,
sin reflejar en el espejo la cruzada indígena en contra de lo que, según las mismas
categorías de valoración, sería el imperialismo antropófago de los aztecas,
estamos frente a la consolidación del anacronismo histórico como mecanismo de
dominación de consciencias.
Los manifestantes que derribaron la estatua de Cristóbal Colón en
Baltimore son tan peligrosos como los talibanes que volaron a pedazos los
hermosos budas de Bamiyán. Todos pecan de un exceso de titanismo narcisista
según el que lo que “yo pienso”, lo que “yo siento” y lo que “yo valoro” debe
constituirse en modelo y filtro de toda la diversidad, o, por lo menos, en camisa de
fuerza para los 200.000 años de recorrido del homo sapiens.
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