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acapriles8

El nuevo triunfo del etnocentrismo

Actualizado: 30 may 2022

Una inesperada forma de etnocentrismo domina con tapujos el mundo

contemporáneo: el anacronismo histórico de la izquierda. Todo el pensamiento

liberal del siglo XX (en su sentido amplio) estuvo orientado a trascender el

etnocentrismo, a superar la ideología, actitud o tendencia emocional que convertía

la propia cultura en el único criterio válido para interpretar y valorar los hechos y

comportamientos de los otros. La izquierda revolucionaria fue, por supuesto, una

de las primeras abanderadas en criticar el imperialismo y todo el aparejo mental

con el que los blancos occidentales se sintieron superiores a los africanos,

asiáticos y a todas las razas del mundo, prelación psicológica para su intrusiva

dominación. El relativismo y la diversidad se apoderaron, entonces, del clima

intelectual del siglo XX. Cada acto, cada suceso, cada ser humano, debía ser

juzgado y evaluado en su propio contexto y circunstancias.


El nuevo triunfo del etnocentrismo por Áxel Capriles


El siglo XXI, por el contrario, nos ha tomado por sorpresa con una nueva

modalidad de etnocentrismo totalitario. Ya no se trata de la dominación geográfica.

Interesa el sometimiento del tiempo, el control político del pasado, la subyugación

de la historia de la humanidad. Ahora, el tiempo pretérito ha de ser juzgado con la

mirada del presente. El latiguillo de la izquierda en contra del patriarcado, la

discriminación de la mujer y el racismo, la reactivación de la leyenda negra de la

Conquista Española bajo la aparente defensa de los derechos humanos y las

libertades, han convertido el anacronismo en la nueva brújula de lo políticamente

correcto. Una corrección amoldada a la también nueva era de histrionismo y

sentimentalismo.


Cuando Juan de Castellanos escribió el poema épico más extenso del

habla castellana, Elegías de varones ilustres de Indias (¿prohibirán pronto el

nombre del poema?), lo hizo para mantener en la memoria de la humanidad las

proezas y hechos asombrosos de unos seres excepcionales del siglo XVI. Hoy,

extrañamente, esos hombres no son más que asesinos, genocidas confesos.

Cuando el presidente de los Estados Unidos Joe Biden destaca la historia

dolorosa de errores y atrocidades de los europeos sobre las comunidades

indígenas o el Papa Francisco entra en juego con Andrés Manuel López Obrador,

sin reflejar en el espejo la cruzada indígena en contra de lo que, según las mismas

categorías de valoración, sería el imperialismo antropófago de los aztecas,

estamos frente a la consolidación del anacronismo histórico como mecanismo de

dominación de consciencias.


Los manifestantes que derribaron la estatua de Cristóbal Colón en

Baltimore son tan peligrosos como los talibanes que volaron a pedazos los

hermosos budas de Bamiyán. Todos pecan de un exceso de titanismo narcisista

según el que lo que “yo pienso”, lo que “yo siento” y lo que “yo valoro” debe

constituirse en modelo y filtro de toda la diversidad, o, por lo menos, en camisa de

fuerza para los 200.000 años de recorrido del homo sapiens.

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