(Publicado originalmente en El Estímulo el 18 de diciembre de 2017)
Fue un año de sobresaltos, de vértigo. El año 2017 transcurrió con el corazón en la mano y, sin embargo, podríamos decir también, que en el fondo, Venezuela continúa igual, con las mismas heridas, en el mismo rumbo trazado por la revolución bolivariana desde que ascendió al poder en las elecciones de 1998.
Es difícil individualizar y señalar los acontecimientos políticos y sociales más relevantes en la vida venezolana durante el año 2017. El autogolpe de Estado y la crisis constitucional producida por la decisión 156 del Tribunal Supremo de Justicia, mediante la cual el Poder Judicial se atribuyó a sí mismo las funciones de la Asamblea Nacional fue, sin duda, un evento fundamental.
Luego siguió la rebelión de abril, la ola de protestas en contra de Nicolás Maduro y la seguidilla de crímenes, encarcelamientos y violaciones de los derechos humanos fundamentales. Vivimos el plebiscito nacional de julio en el que más de siete millones de votantes rechazaron la ruptura del orden constitucional promovida por el Poder Ejecutivo y pidieron a las Fuerzas Armadas defender la Constitución. La fraudulenta elección de la Asamblea Nacional Constituyente y las elecciones regionales y municipales llenaron los meses finales del año.
En el plano económico y social, el año 2017 estuvo marcado por el hambre, la angustiosa falta de medicamentos esenciales, la hiperinflación y el éxodo masivo de la población. A pesar de haber sufrido una devaluación monetaria continua y persistente y de haber vivido en inflación durante tantos lustros, la progresión geométrica del aumento general de precios tomó por sorpresa a una población confundida y desesperada que hoy sólo puede concentrarse en intentar sobrevivir.
Una cosa es escuchar sobre casos de hiperinflación, como la vivida en Alemania después de la Primera Guerra Mundial, y otra experimentarla directamente. La suma y multiplicación de eventos perversos llevó, a su vez, a que el grueso de los habitantes de la otrora Tierra de Gracia, y ya no sólo la clase media profesional, tomara la decisión de buscar alternativas para encontrar una vida más digna en otros territorios.
De tantos y tan importantes acontecimientos, que a fin de cuentas podrían ser vistos como variaciones sobre un mismo tema, tal vez sólo haya uno que puede tener importancia como factor de cambio y redefinición de las perspectivas de futuro en Venezuela. Este es el desenmascaramiento de la clase política, tanto de los sectores adscritos al gobierno como a la oposición.
No se trata, sin embargo, de que las revelaciones sobre los asombrosos casos de corrupción, por ejemplo, hayan mostrado la verdadera cara del chavismo y la conchupancia con importantes actores de la oposición, eso ya lo sabíamos, sino de que los acontecimientos han llevado al desenmascaramiento del sistema político como un todo.
Primero, que el método democrático y el mecanismo electoral no funciona en las actuales condiciones y no puede convertirse en agente de cambio a menos que se altere radicalmente la estructura de poder. Segundo, que la unidad de la oposición concebida como consentimiento pragmático y complacencia con posiciones tibias no pueden sino mantener el orden establecido y las formas de vida que han perdurado durante los últimos 18 años. Tercero, visto que el chavismo no está dispuesto a ceder el poder a ningún precio y la oposición convencional no sabe hacer otra cosa que competir en elecciones que ya no funcionan, el futuro de Venezuela se hace incierto y dependiente del surgimiento de un nuevo liderazgo capaz de crear y actuar en terrenos que la mayoría hoy desconocemos.
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